Con la llegada de la primavera, Castilla-La Mancha se transforma. El campo se viste de verdes intensos, las flores tiñen los caminos y las despensas se llenan de nuevos productos que anuncian una temporada culinaria vibrante y llena de sabor. Esta tierra, rica en historia y tradiciones, celebra la estación con una gastronomía que refleja su alma rural y su vínculo íntimo con la naturaleza.
Uno de los platos que cobra protagonismo en esta época es el pisto manchego, un guiso sencillo pero lleno de matices, elaborado con tomate, pimiento, cebolla, calabacín y aceite de oliva, ingredientes que empiezan a cosecharse con fuerza a partir de la primavera. Su sabor se enriquece aún más si se acompaña con un huevo frito o un poco de pan de pueblo, como manda la costumbre.
Otra delicia estacional es la caldereta de cordero, especialmente presente en celebraciones y encuentros familiares al aire libre. Este guiso contundente se cocina a fuego lento con ajos, laurel, vino blanco y, en algunos casos, almendras tostadas que le aportan un toque singular. En primavera, con la carne tierna de los corderos jóvenes, el resultado es un plato sabroso y muy tradicional.
Pero si hay algo que marca la diferencia en los hogares manchegos durante esta estación es la llegada de los espárragos trigueros y las setas de cardo. Recolectados en el campo, se preparan a la plancha, en revueltos o como guarnición de carnes, dando lugar a propuestas frescas, ligeras y llenas de aroma a tierra mojada y naturaleza viva.
La primavera también es tiempo de ajos tiernos, presentes en recetas como las gachas con tropezones o los atascaburras, este último más típico del invierno pero que algunos adaptan con ingredientes frescos de temporada. Y no puede faltar la tradicional torta de manteca, que se convierte en merienda popular cuando llega el buen tiempo, especialmente en pueblos como Alcázar de San Juan o Tomelloso.
Los dulces también tienen su espacio en la primavera manchega. Los rosquillos fritos, la tarta de queso de La Mancha y los buñuelos reaparecen en fiestas patronales y romerías, donde se comparten entre familiares y amigos. Todo ello acompañado, por supuesto, con un vaso de limonada casera o una copa de vino joven de la tierra, como los que se producen en Valdepeñas o La Mancha.
Este despertar gastronómico no solo se vive en las casas, sino también en bares, taperías y restaurantes de toda la región, que adaptan sus cartas con platos de temporada, impulsando la economía local y recuperando recetas de antaño con un toque de modernidad. La primavera se convierte así en una invitación a redescubrir Castilla-La Mancha a través del paladar.
Porque en esta tierra, comer es mucho más que alimentarse: es compartir, celebrar y mantener viva una cultura que se transmite de generación en generación. Y en primavera, cuando todo florece, también florecen los sabores de una cocina humilde, sincera y profundamente manchega.
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