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Cuando el virus no se va: el covid persistente como nueva condición crónica

Aunque los titulares sobre la pandemia ya no dominan las noticias, para muchas personas la batalla persiste. El covid persistente o long COVID se perfila cada vez más como una condición de salud crónica que desafía tanto al sistema sanitario como a quienes la padecen.

Más allá de la infección: la persistencia que cambia vidas

Superar el contagio agudo no ha sido suficiente para un porcentaje significativo de pacientes. Aunque las cifras exactas varían, estudios sugieren que entre el 10 % y el 20 % de quienes han tenido COVID-19 desarrollan síntomas prolongados. Estos síntomas no son uniformes: abarcan desde fatiga extrema y dificultad para respirar, hasta alteraciones cognitivas (lo que se conoce como “niebla mental”), dolor crónico, palpitaciones, trastornos del sueño y síntomas multisistémicos que pueden comprometer diversos órganos.

Además, puede aparecer incluso en quienes tuvieron un curso leve o moderado de la enfermedad. Es decir, el daño residual no depende exclusivamente de la gravedad del contagio inicial.

Reconocimiento institucional: de incógnita a enfermedad crónica

Un paso clave en el camino de las personas afectadas ha sido el reconocimiento oficial del covid persistente como enfermedad crónica. En España, esto implicará su inclusión en protocolos de cronicidad y la creación de circuitos asistenciales específicos.

Este reconocimiento supone transformar la atención: ya no solo abordar síntomas aislados, sino ofrecer un seguimiento integral y multidisciplinario, que incluya rehabilitación, apoyo psicológico, terapias físicas, y coordinación entre especialidades.

Desafíos clínicos y sociales

El diagnóstico sigue siendo complejo. No existe una prueba definitiva: el covid persistente se diagnostica por descarte y evaluación de síntomas que persisten más allá de 12 semanas. Además:

  • La falta de consenso médico respecto a su definición y tratamiento genera desigualdad en la atención.
  • La variabilidad de síntomas —más de 200 documentados— complica la estandarización de terapias.
  • Históricamente, muchos afectados han sido desestimados o señalados como enfermos “psicológicos”.
  • Las implicaciones laborales y sociales son graves: algunos pacientes enfrentan incapacidad para trabajar, pérdida de ingresos e incertidumbre en el acceso a prestaciones. 

Líneas de investigación y esperanza terapéutica

Aunque no existe todavía una cura, se están explorando diversas vías:

  • Tratamientos experimentales como el colágeno polimerizado, para modular reparación tisular.
  • Programas de tele-rehabilitación centrados en la fatiga crónica, pulmón y condición física.
  • Propuestas como el ayuno terapéutico para regular inflamación y metabolismo.
  • Atención integral: terapia manual para síntomas específicos como la pérdida olfativa, apoyo psicológico y redes de acompañamiento.

También se están desarrollando estudios pioneros en algunas comunidades autónomas para probar fármacos como la naltrexona en dosis bajas (LDN) para aliviar síntomas persistentes.

Hacia una futura normalización

El reconocimiento institucional del covid persistente como enfermedad crónica abre puertas: mayor financiación, protocolos comunes, unidades especializadas y cobertura asistencial.

No obstante, para que esa promesa se materialice, es necesario que el sistema sanitario integre un enfoque humano: que vea al paciente, no al síntoma; que coordine recursos, no fragmentos; que escuche voces.

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